Buenas noches. ¡Viva Candelario y larga vida a los candelarienses! ¡Viva Santa Ana, vuestra insigne patrona!
Qué puedo decir yo de Candelario que no se sepa ya, que es una villa acostada al cobijo maternal de la Sierra de Candelario, Béjar o Solana, arropada por frondosos bosques de castañares, pinares, robledales, fresnos, abedules, en definitiva ¡árboles! que como preguntara y dijera Federico García Lorca
¿Habéis sido flechas
caídas del azul?
¿Qué terribles guerreros os lanzaron?
¿Han sido las estrellas?
Vuestras músicas vienen del alma de los pájaros, de los ojos de Dios,
de la pasión perfecta.
¡Árboles!
¿Conocerán vuestras raíces toscas
mi corazón en tierra?
Todos y cada uno de ellos tienen el alma eterna del bosque y propician el hábitat de una variada faunística en la que podemos encontrar el gato montés, el tejón o la nutria.
Más de un centenar de aves diferentes sobrevuelan su cielo y nidifican en sus ramas en este inigualable paraje natural de entre las que cabe destacar el águila real y el buitre leonado. A toda esta explosión de vida se unen los anfibios y reptiles testigos fieles de una época prehistórica que aparecen en el interior y proximidades de las lagunas y circos glaciares que se dispersan por la Sierra de Candelario. Por eso, esta villa tiene el aire mágico de Shangri-La, ese lugar ficticio descrito en la novela de James Hilton, Horizontes perdidos, y que por extensión se aplica a cualquier paraíso terrenal donde los aventureros de la vida buscamos utópicamente la inmortalidad.
Las montañas siempre han subyugado al hombre desde que alzó los ojos al horizonte como elemento de la tierra cercano a los cielos. Es el emplazamiento donde lo sagrado se vincula con lo terrenal. Su difícil acceso las convirtió en morada de divinidades. Y así envolvieron con su hechizo a los cainitas; montes como el Safón cerca de Ugarit, en la frontera de Siria con Turquía, el Fuji a los japoneses, el Olimpo a los griegos, el Sinaí a judíos y cristianos, o la Sierra de Candelario a propios o extraños.
La imagen a vista de pájaro de esta hermosa villa cuando el invierno inunda el valle y la nieve tapiza sus calles y tejados, semeja la epidermis de un animal dormido, que se acurruca al calor de las farolas de sus calles y al de la tenue luz que le rezuma por ventanas y balcones.
Cambia el color con el devenir natural de las estaciones y a partir de la Iglesia se extiende hermoso sobre el valle que cobija su sierra, y entre las casas, plazas y calles que configuran la fisonomía de su arquitectura popular, el agua, que ofrece generosa el corazón de la montaña, corre ligera por sus empedradas y vetustas calles. A veces aquieta el ritmo en sus fuentes, testigos cantarines de una historia que se pierde en la noche de los tiempos, creando así una melodía eterna que envuelve con su arrullo al sorprendido viajero.
Los ríos Cuerpo de Hombre, Chico y Barquillo se inmolan generosos preñando de vida la campiña; y el poeta como intérprete de esencias dirá en su canto:
Y la canción del agua es una cosa eterna.
Es la savia entrañable que madura los campos. Es sangre de poetas
que dejaron sus almas perderse en los senderos de la Naturaleza.
¡Qué armonías derrama
al brotar de la peña!
Se abandona a los hombres con sus dulces cadencias.
La mañana está clara. Los hogares humean
y son los humos brazos que levantan la niebla.
Escuchad los romances del agua en las choperas. ¡Son pájaros sin alas perdidos entre hierbas!
Los árboles que cantan se tronchan y se secan. Y se tornan llanuras
las montañas serenas. Mas la canción del agua es una cosa eterna.
Ella es luz hecha canto de ilusiones románticas. Ella es firme y suave, llena de cielo y mansa. Ella es niebla y es rosa de la eterna mañana. Miel de luna que fluye de estrellas enterradas.
La historia de esta villa se remonta a un pasado lejano que se pierde en la distancia del tiempo, pues su devenir histórico está vinculado a una región y un país en el que dejaron huella importantes civilizaciones que configuraron la cultura y el carácter de un pueblo que, sin renunciar a las raíces de sus ancestros, ha sabido adaptarse a los cambios que el devenir histórico de los acontecimientos le ha ido presentando y ha seguido una máxima de la vida: “No sobreviven los más fuertes sino los que adquieren la capacidad de adaptarse a las circunstancias del entorno que les ha tocado vivir”, conservando y creando con la urdimbre de culturas dispares, entre otras muchas cosas, atuendos como el traje tradicional femenino, donde el terciopelo, la seda, el hilo de plata, las lentejuelas, la pasamanería, el oro de los pendientes, las cuentas del collar, las perlas, el aljófar, el delicado broche, o el charol de los zapatos le dan porte de reina a la mujer Candelaria, cuando además arrebola su pelo en cocas que acompaña de un moño largo de rasgos japoneses. El traje masculino es sobrio, práctico y elegante; se remata con un sombrero grande que con la vuelta hacia arriba recuerda a la montera andaluza.
Candelario sigue conservando el sabor de viejas tradiciones que mantienen vivo el espíritu de la villa, como es la boda típica, un ritual que desde el año 1989 pone en marcha un viejo mito de antaño o su exquisita gastronomía, pues conocida es la tradición chacinera de Candelario. Una cocina serrana sencilla en su preparación donde cuenta fundamentalmente el aporte calórico necesario para nutrir la energía que precisa la actividad de sus habitantes. El hornazo, las sopas de ajo, los cardos, las orejas y patas de cerdo, las migas de pastor y las setas, y como no, las finas truchas. Lo remata todo un variado repertorio de postres que van desde los mantecados, perrunillas, magdalenas, bollos maimones, hasta el roscón que se degusta en las fiestas.
En esta privilegiada tierra el viajero puede encontrar lugares de ensueño; puertas que abre el paisaje para perder el alma por veredas de ensueño, como el glaciar de Hoya Moros, donde una extensa pradera rodeada de altos paredones sirve de nacimiento al río Cuerpo de Hombre, o peregrinar en subida hasta la Peña Negra, para después bajar hasta la Peña de la Cruz y el Santuario de Nuestra Señora del Castañar. Subir hasta las lagunas de El Trampal, llegar hasta las plataformas y el mirador para deleitarse en la contemplación del paisaje, o encaminar la ruta de la Garganta del Oso, entre otros muchos rincones de agreste belleza.
La piedra en la memoria de sus monumentos nos muestra el sello que dejaron canteros, artistas y nobles allá por el siglo XIV en su iglesia de estilo mudéjar, barroco, románico o gótico, así como la presencia del arte sacro en sus altares dedicados a Santa Ana, patrona del pueblo, o el de los Mártires o el del Cristo de la Misericordia. La ermita del Humilladero, de estilo similar a la parroquia, en la que destaca un retablo de madera con la imagen del Cristo o la imagen del Flagelado, obra del escultor bejarano González Macías. De corte más moderno, pero no por ello menos espectacular, está el edificio del Ayuntamiento. Esta Casa Consistorial es una magnífica muestra de la arquitectura civil del siglo XIX.
Hoy el pueblo se viste de gala, y el latido vital de los siglos donde se asienta esta tierra marca el compás alegre de una música escrita en pentagrama de volutas de licor. El músculo se relaja, el ánimo se serena y los demonios de la noche vuelven a sus tumbas.
Gracias por permitir que sea yo el que hoy abra el telón de las fiestas de Santa Ana, vuestra patrona, y que rasgue la monotonía del diario quehacer, para dar paso a la magia de la fiesta que inundará calles, rincones, casas, balcones, plazas, fuentes….
No sentiremos el tiempo igual, seremos todos uno en el ritual pagano, ya sagrado de la fiesta.
Hoy la mente volará liberada de la pesada carga de inquietudes y ansiedades que apenas logramos entender, y por un instante corto, pero tan intenso que se nos hará eterno, cambiaremos de máscara y una extraña brisa nos hará reír, gritar, llorar, enamorarnos, para danzar unidos junto a una sierra, denominador común de aquella otra donde la primigenia civilización imaginó la morada de los dioses.
¡¡¡Viva Candelario!!!